jueves, 28 de mayo de 2015

PEQUEÑAS COSAS DE MAYORES. Vicente Fabado "el Retoret"



Quantes vegades hem escoltat als nostres majors, comptar les seues maldats de jóvens, i dir-nos, que no tenien maldat, que nosaltres som uns gamberrets. Vicente Fabado "Retoret", en este escrit, es llanca a la piscina, i ens deix algunes d'eixes gamberrades "sense maldat".


   PEQUEÑAS COSAS DE MAYORES.
     
       per Vicent Fabado "el Retoret", Agost 1986.







En algunas ocasiones, cuando nos reunimos algunos amigos ya mayores, de los llamados de la tercera edad, solemos comentar las cosas que dicen y hacen los chicos de hoy.

Nos escandalizamos haciendo comparaciones y no llegamos a ninguna conclusión. En cierta ocasión alguien del grupo le dio la vuelta al tema y preguntó:

-¿Qué hacíamos nosotros cuando teníamos su edad?... ¿Acaso éramos ángeles?

-¡Hombre! Allá por los años veinte al treinta nos divertíamos sin molestar a nadie, jugábamos a «Sambori, Montañeta, Idem, Paró, Visto, Frendis, Rogle, Borinot, Segurella, Pilota Pared, Mataes, Escampilla, Peñores, Trompa, Fútbol, etc.». Hacíamos ejercicio y lo pasábamos bien. (1920-30).

-Sí, pero no has dicho ninguna de las cosas feas que hacíamos, como por ejemplo cuando junto a los de las cuevas, nos íbamos al barranco del polvorín para luchar a pedradas («fer arca en fona») contra los de Benimámet y hasta agredíamos al que pretendía a una chica de Paterna. O cuando nos dedicábamos a matar gatos (hay que aclarar que el arma era un arco con flechas, hecho con varillas de paraguas, que casi nunca daba en el blanco y cuando lo hacía sólo asustaba al animal). ¿Os acordáis cuando atábamos a la cola de un perro un hilo con un bote de conservas vacio al final? ¡Como nos reíamos al verle salir corriendo.


-Bien, pero nos divertíamos y no hacíamos mal a nadie.

-Si... ¿Y cuando rompíamos las bombillas del alumbrado público?

-Bueno, eso fue algún grupito aislado, que siempre los hay gamberretes.

-Aún recuerdo que en el mes de mayo existía la costumbre de poner enramadas de hierbas olorosas en la puerta de la joven pretendida, y en muchas ocasiones los gamberretes como tú dices, las ponían de estiércol.

-También golpeábamos las anillas de las casas y salíamos corriendo, y deshacíamos los lazos a las chicas para hacerlas rabiar o llamarles la atención (entonces casi todas llevaban delantal).

-Había un juego, que no sé como se llama y que resultaba algo peligroso. Consistía en hacer un pequeño hoyo en el suelo, poniendo dentro un poco de agua y un trozo de carburo, se tapaba con un bote de conserva y con un orificio en su parte superior, éste se taponaba con un dedo un momento y al aplicar un papel encendido, explotaba haciendo saltar el bote por el aire. Si mal no recuerdo, al «Polilo» una vez le dio en la barbilla dejándola un recuerdo.

-¡Qué batallas armábamos, mojándonos unos a otros con el agua de los abrevaderos de los animales! -Para... para, que pensarán que todos fuimos unos «gamberretes».

-Mira, antes de que se me olvide. Había un grupo que cuando se encontraban por la calle, su saludo consistía en poner las dos manos en el suelo y con los dos pies dar un par de coces.

-Bien, es cierto, pero eso no sirve para juzgar a una generación de chicos, siempre hay excepciones y no hay duda de que entonces la gran mayoría era gente estupenda y sana.

-Ves, me estás dando la razón, lo mismo ocurre ahora, son gente estupenda lo que pasa es que las cosas han cambiado y las, vamos a llamarlas gamberradas, son diferentes.

-Sí, pero hay cosas que no me parecen bien y que habría que corregir.

-Estamos de acuerdo en eso, pero es muy difícil entre otras cosas por eso que llaman progreso. Mira, a mí por Reyes, recuerdo que me dejaron primero una pelotita de trapo, después un carrito de madera con un caballito de cartón. Más adelante una escopeta con un cañón de hojalata que disparaba un tapón de corcho atado a un hilo, y eso que al disparar no se distanciaba más de un palmo. Después una cajita de soldaditos de plomo... etc. Hoy, ya ves, vehículos mecanizados dirigidos a distancia, toda clase de artilugios extraterrestres, computadores, etc. Es el tiempo que pasa y evoluciona. Estos chicos tienen otro ambiente, otra mentalidad y no os calentéis más la cabeza.

-Bien, ¿pero que creéis que es mejor?

-Según como lo mires, aquello era más natural, más inocente, más sano.

-¿Más sano?... Pero si se morían más niños.

-Bueno, no seáis cabezudos y dejemos el tema, porque no tiene fácil salida, no sea que nos pase como Visantet, ¿no lo recordáis?

Fue un día que salimos a jugar. Entre nosotros había uno al que llamábamos «el cabut» (el cabezudo) no por el tamaño de su cabeza sino porque era insistente en sus cosas y siempre quería tener razón. Al llegar a la parte de arriba de la escalera de los gitanos (calle Batán), a la derecha hay una verja de hierro con varillas verticales (la de entonces era parecida pero con el hueco entre los barrotes más ancho). Alguien del grupo puso la cabeza entre dos barrotes y la sacó proponiendo que todos lo hicieran para ver quién la tenía más grande. Todos probamos, incluso «el cabut» que la sacó con facilidad, pero Visantet que ya la introdujo con dificultad no podía sacarla. Los barrotes tropezaban en la parte trasera de sus pabellones auditivos y no había forma. El se puso nervioso probando hacia arriba y hacia abajo hasta que empezó a gritar pidiendo que le sacaran, que él no podía. Mientras los demás se burlaban.

Un señor que vio lo que pasaba, lo calmó, le sacó primero una oreja y después la otra. Visantet quedó caliente de oreja (calent de orella) y en vez de un «cabut» habían dos.

-Hombre, eso está bien. ¿Sabéis de qué me acuerdo ahora que habláis de entrar y salir?

De aquel día que «el Parro», «Casabán», «Cagataches» y «el Andalus» se fueron jugando hacia el monte. Una de las distracciones era el que uno se ponia una caña entre las piernas galopando como si fuera encima de un caballo, otro tiraba de una cuerda que estaba atada a la punta de la caña, y los demás les animaban para que corrieran. Hay un paraje que se conocía por Las Minas porque de ahí se extraían tierras «descurar» y «per aire» que empleaban las mujeres para limpiar los enseres y la ropa (entonces no habían detergentes). Después de las excavaciones el lugar estaba lleno de cráteres de dos o tres metros de profundidad que hacían peligroso el andar cerca. En uno de estos cráteres un desprendimiento había cegado la salida y un perrito quedó atrapado sin poder salir.

Nuestros amigos, al pasar por este lugar, y oír el ladrido lastimoso del perro, decidieron salvarlo. «Cagataches» se ató la cuerda a la cintura y lo bajaron, éste ató el perrito y lo subieron. Lo malo vino cuando intentaron sacar al chico que quedó en el sitio del perro. Los tres de arriba tiraban de la cuerda, pero ésta se hundía en el borde frenándose y desprendiendo tierra que le caía al de dentro. El problema era que los de arriba no podían acercarse al borde por el peligro de desprendimiento, y el de abajo no podía apoyarse en la pared por ser cóncava. En esta situación uno tuvo una gran idea, que consistía en poner una piedra lisa cerca del borde, así no se hundiría y resbalaría. Así lo hicieron y en principio daba resultado, pero de pronto a la piedra le falló la base cayendo y dándole en la cabeza al de abajo.
Los tres se asomaron y vieron a su amigo lamentándose y con la cabeza sangrando.

Con la alarma consiguiente buscaron ayuda en una persona mayor, lo sacaron y le atendieron.

Hablamos de muchas cosas, recordando detalles anecdóticos de entonces y de ahora, pero no llegamos a ninguna conclusión. Sí había una gran mayoría de acuerdo, en que las cosas hay que hacerlas bien para que acaben bien, cosa muy simple y que todos queremos, pero que no se consigue fácilmente.

Paterna, agosto de 1986
V. Fabado V. "El Retoret”

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