Quantes vegades hem escoltat als nostres majors, comptar les seues maldats de jóvens, i dir-nos, que no tenien maldat, que nosaltres som uns gamberrets. Vicente Fabado "Retoret", en este escrit, es llanca a la piscina, i ens deix algunes d'eixes gamberrades "sense maldat".
PEQUEÑAS COSAS DE MAYORES.
per Vicent Fabado "el Retoret", Agost 1986.
En algunas ocasiones, cuando nos reunimos algunos amigos
ya mayores, de los llamados de la tercera edad, solemos comentar las cosas que
dicen y hacen los chicos de hoy.
Nos escandalizamos haciendo comparaciones y no llegamos a
ninguna conclusión. En cierta ocasión alguien del grupo le dio la vuelta al
tema y preguntó:
-¿Qué hacíamos nosotros cuando teníamos su edad?...
¿Acaso éramos ángeles?
-¡Hombre! Allá por los años veinte al treinta nos divertíamos sin molestar a nadie, jugábamos a «Sambori, Montañeta, Idem, Paró,
Visto, Frendis, Rogle, Borinot, Segurella, Pilota Pared, Mataes, Escampilla,
Peñores, Trompa, Fútbol, etc.». Hacíamos ejercicio y lo pasábamos bien. (1920-30).
-Sí, pero no has dicho ninguna de las cosas feas que
hacíamos, como por ejemplo cuando junto a los de las cuevas, nos íbamos al
barranco del polvorín para luchar a pedradas («fer arca en fona») contra los de
Benimámet y hasta agredíamos al que pretendía a una chica de Paterna. O cuando
nos dedicábamos a matar gatos (hay que aclarar que el arma era un arco con
flechas, hecho con varillas de paraguas, que casi nunca daba en el blanco y
cuando lo hacía sólo asustaba al animal). ¿Os acordáis cuando atábamos a la
cola de un perro un hilo con un bote de conservas vacio al final? ¡Como nos
reíamos al verle salir corriendo.
-Bien, pero nos divertíamos y no hacíamos mal a nadie.
-Si... ¿Y cuando rompíamos las bombillas del alumbrado
público?
-Bueno, eso fue algún grupito aislado, que siempre los
hay gamberretes.
-Aún recuerdo que en el mes de mayo existía la costumbre
de poner enramadas de hierbas olorosas en la puerta de la joven pretendida, y
en muchas ocasiones los gamberretes como tú dices, las ponían de estiércol.
-También golpeábamos las anillas de las casas y salíamos
corriendo, y deshacíamos los lazos a las chicas para hacerlas rabiar o
llamarles la atención (entonces casi todas llevaban delantal).
-Había un juego, que no sé como se llama y que resultaba
algo peligroso. Consistía en hacer un pequeño hoyo en el suelo, poniendo dentro
un poco de agua y un trozo de carburo, se tapaba con un bote de conserva y con
un orificio en su parte superior, éste se taponaba con un dedo un momento y al
aplicar un papel encendido, explotaba haciendo saltar el bote por el aire. Si
mal no recuerdo, al «Polilo» una vez le dio en la barbilla dejándola un
recuerdo.
-¡Qué batallas armábamos, mojándonos unos a otros con el
agua de los abrevaderos de los animales! -Para... para, que pensarán que todos
fuimos unos «gamberretes».
-Mira, antes de que se me olvide. Había un grupo que
cuando se encontraban por la calle, su saludo consistía en poner las dos manos
en el suelo y con los dos pies dar un par de coces.
-Bien, es cierto, pero eso no sirve para juzgar a una
generación de chicos, siempre hay excepciones y no hay duda de que entonces la
gran mayoría era gente estupenda y sana.
-Ves, me estás dando la razón, lo mismo ocurre ahora, son
gente estupenda lo que pasa es que las cosas han cambiado y las, vamos a
llamarlas gamberradas, son diferentes.
-Sí, pero hay cosas que no me parecen bien y que habría
que corregir.
-Estamos de acuerdo en eso, pero es muy difícil entre otras
cosas por eso que llaman progreso. Mira, a mí por Reyes, recuerdo que me
dejaron primero una pelotita de trapo, después un carrito de madera con un
caballito de cartón. Más adelante una escopeta con un cañón de hojalata que
disparaba un tapón de corcho atado a un hilo, y eso que al disparar no se
distanciaba más de un palmo. Después una cajita de soldaditos de plomo... etc.
Hoy, ya ves, vehículos mecanizados dirigidos a distancia, toda clase de artilugios
extraterrestres, computadores, etc. Es el tiempo que pasa y evoluciona. Estos
chicos tienen otro ambiente, otra mentalidad y no os calentéis más la cabeza.
-Bien, ¿pero que creéis que es mejor?
-Según como lo mires, aquello era más natural, más inocente,
más sano.
-¿Más sano?... Pero si se morían más niños.
-Bueno, no seáis cabezudos y dejemos el tema, porque no
tiene fácil salida, no sea que nos pase como Visantet, ¿no lo recordáis?
Fue un día que salimos a jugar. Entre nosotros había uno
al que llamábamos «el cabut» (el cabezudo) no por el tamaño de su cabeza sino
porque era insistente en sus cosas y siempre quería tener razón. Al llegar a la
parte de arriba de la escalera de los gitanos (calle Batán), a la derecha hay
una verja de hierro con varillas verticales (la de entonces era parecida pero con
el hueco entre los barrotes más ancho). Alguien del grupo puso la cabeza entre
dos barrotes y la sacó proponiendo que todos lo hicieran para ver quién la
tenía más grande. Todos probamos, incluso «el cabut» que la sacó con facilidad,
pero Visantet que ya la introdujo con dificultad no podía sacarla. Los barrotes
tropezaban en la parte trasera de sus pabellones auditivos y no había forma. El
se puso nervioso probando hacia arriba y hacia abajo hasta que empezó a gritar
pidiendo que le sacaran, que él no podía. Mientras los demás se burlaban.
Un señor que vio lo que pasaba, lo calmó, le sacó primero
una oreja y después la otra. Visantet quedó caliente de oreja (calent de
orella) y en vez de un «cabut» habían dos.
-Hombre, eso está bien. ¿Sabéis de qué me acuerdo ahora
que habláis de entrar y salir?
De aquel día que «el Parro», «Casabán», «Cagataches» y
«el Andalus» se fueron jugando hacia el monte. Una de las distracciones era el
que uno se ponia una caña entre las piernas galopando como si fuera encima de
un caballo, otro tiraba de una cuerda que estaba atada a la punta de la caña, y
los demás les animaban para que corrieran. Hay un paraje que se conocía por Las
Minas porque de ahí se extraían tierras «descurar» y «per aire» que empleaban
las mujeres para limpiar los enseres y la ropa (entonces no habían detergentes).
Después de las excavaciones el lugar estaba lleno de cráteres de dos o tres metros
de profundidad que hacían peligroso el andar cerca. En uno de estos cráteres un
desprendimiento había cegado la salida y un perrito quedó atrapado sin poder
salir.
Nuestros amigos, al pasar por este lugar, y oír el
ladrido lastimoso del perro, decidieron salvarlo. «Cagataches» se ató la cuerda
a la cintura y lo bajaron, éste ató el perrito y lo subieron. Lo malo vino
cuando intentaron sacar al chico que quedó en el sitio del perro. Los tres de
arriba tiraban de la cuerda, pero ésta se hundía en el borde frenándose y
desprendiendo tierra que le caía al de dentro. El problema era que los de arriba
no podían acercarse al borde por el peligro de desprendimiento, y el de abajo
no podía apoyarse en la pared por ser cóncava. En esta situación uno tuvo una
gran idea, que consistía en poner una piedra lisa cerca del borde, así no se
hundiría y resbalaría. Así lo hicieron y en principio daba resultado, pero de
pronto a la piedra le falló la base cayendo y dándole en la cabeza al de abajo.
Los tres se asomaron y vieron a su amigo lamentándose y
con la cabeza sangrando.
Con la alarma consiguiente buscaron ayuda en una persona mayor,
lo sacaron y le atendieron.
Hablamos de muchas cosas, recordando detalles anecdóticos
de entonces y de ahora, pero no llegamos a ninguna conclusión. Sí había una
gran mayoría de acuerdo, en que las cosas hay que hacerlas bien para que acaben
bien, cosa muy simple y que todos queremos, pero que no se consigue fácilmente.
Paterna, agosto de 1986
V. Fabado V. "El Retoret”
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