lunes, 13 de febrero de 2017

SEPTIEMBRE 1901, UNA VISIÓN DE PATERNA.





En el periódico de las Provincias del 15 de septiembre de 1901, su cronista José Maria de la Torre, realizaba una visión personal de nuestra población, destacando a los veraneantes, dígase la burguesía valenciana, dada la antigüedad de la crónica hemos respetado algunas palabras que hoy en día no tiene cabida en nuestro diccionario.

Disfruten de la lectura del mismo, donde es fácil observar lo saludable que era Paterna por aquellos años y lo bien conectada que se encontraba de Valencia.




                     EN PATERNA




Situación de esta Villa – su aspecto – del chalet a la

 choza – vida tranquila – afluencia de veraneantes.








Colocada en un altillo, desde donde se divisan las doradas cúpulas de Manises y de Cuarte, en medio de las huertas más fértiles y de las amplias acequias que sorben del rio vivificantes linfas, Paterna muestra sus casitas blancas, la cuadrada torre de su iglesia y el redondo y desmoronado  torreón de otros siglos, parecido a la sangrienta Tourge, de Victor Hugo, y en donde hoy la bandera roja y amarilla ondea los días de tiro del ejército , avisando al laborioso labrador la posibilidad de recibir un balazo o un casco de granada.
Mieses de oro, perennes naranjales, floridos jardines, bosques de olivos y algarrobos de oscuro matiz, rodean el pueblo (al que realza de fijo su hermoso barrio militar y colonial llamado familiarmente el apeadero), pero que conserva la dulce sencillez de los pueblecillos orientales con sus calles angostas de blanquísimas casas, sus cuestas llenas de guijarros, sus mujeres morenas y sus chiquillos gruesos como los ángeles de los retablos barrocos; con sus guitarras nocturnas y sus secaderos de legumbres en pleno sol.









Paterna es una de las favoritas del veraneante valenciano. Población mixta con aspecto de aldea y arrabales de capital populosa. Quizás en pocos pueblos pueda verse unida la elegancia más confortable con la pobre choza, o con la habitación primitiva del hombre. Allí se ve algo que recuerda los chalets y las villas del lago de Ginebra o del de Como; las torres de los opulentos catalanes y las petits chateaux de las costas de Provenza, casi juntas todas estas hermosuras del refinamiento con la cueva labrada bajo tierra por la pobreza, y que recuerda las chozas célticas, los antros en que aguzaron sus flechas de piedra de los titanes. De los tiempos druídicos.




El tren se detiene en la pequeña estación del apeadero, el barrio aristocrático, después de dejar atrás Benimamet y Burjasot, llenas también de veraneantes. Este inmenso trozo de vega valenciana cantada por nuestros grandes poetas, soñada por los melancólicos árabes que la poblaron, admirada de propios y extraños, tiene hoy la alegría severa del progreso. A los trabucazos de la Independencia y al sonido del caracol guerrero, suceden hoy los silbidos y bocanadas de vapor que  tres o cuatro vías férreas lanzan por boca de sus locomotoras.





Lo fresco y embalsamado del ambiente hace que durante las tardes, las terrazas de los chalets y las puertas de las alquerías, en cuyo fondo verdean los jardines, sean el habitual punto de reunión o de descanso. Mécense los balancines, inclinanse las sillas largas y paneaux; muchos trajes claros en ellas y ellos; bellezas, tranquilidad y flores. Todo recrea el alma. El magnífico paseo de la Reina Regente, la calle del General Moltó y los infinitos castillejos y casitas de campo dispersas en la huerta, bullen como jaulas de aves parleras y retozonas. Aq8uí se juega a las prendas; allá se sirven helados a los contertulios; cada vez que llega un tren, llenase la estación de bullicio y de algazara, en la que la juventud impera con su eterno gorgeo.




Muchas son las familias que no poseyendo local en el barrio militar, hallan refugio en el pueblo y en la calle que desde la estación conduce a la plaza, hánse construido bonitas alquerías, que no creo disfruten  del fresco que gozan en la calle del Mar, junto al palacio de Trénor; pero…todo es consolarse. Dentro del pueblo hay valencianos que alquilan su pisito para gozar de la frescura que envían las próximas montañas. ¿Qué más? ¡¡Me consta que hasta en las cuevas hay veraneantes!!




Las fiestas del pueblo pasaron ya. Se celebran en agosto en honor al cristo de la Fé. Hubo lucida procesión con gran derroche de serpentinas y confeti, cabalgata alegórica y gran fiesta religiosa, de las que otro corresponsal enteró a nuestros lectores; pero no por ello ha disminuido el bullicio ni el buen humor de los que veranean. Se baila, se ríe y se divierte la gente.





Es materialmente imposible formar la lista de las personas que han elegido este sanísimo pueblo, de codiciadas aguas, para lugar de recreo, de descanso o de restablecimiento de su salud. Es imposible citarlas a todas; basta con nombrar a los Sres. De Aracil, Machí, Tatay, Goerlich, Romero Orozco, Corzanegro, Orellano, Cisneros, Prats, Alcedo Belenguer, sintiendo como siento en el alma, omisiones involuntarias o que harían interminable este artículo.


Paterna tiende a ensancharse. Siguen construyéndose chalets y casas de recreo en el pintoresco cortado que da frente a la vía.


Pronto si seguimos así, será un arrabal de Valencia.



JOSE MARIA DE LA TORRE.




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