DEL TEATRO DEL BATAN Y CAMPAMENTO

               

                PATERNA AÑOS 20.


Escrito publicado en el libro de fiestas del año 1979, sobre    aquella historia de la creación entre vecinos de Paterna, aficionados al teatro, del teatro Capri.

           
                  EL TEATRO BATAN Y CAMPAMENTO, 
                         LA TRANSMUTACION.

                                                     por: Julio Núñez Navarro.



Cuando paso ante el salón «Capri» de Paterna surgen en mí los recuerdos que han motivado esta crónica. El tema se me ocurrió al evocar lo que este local entrañable significó antaño para la villa y compararlo con lo que actualmente es.
Para quienes desconocen su historia diré que el mencionado salón está precisamente ubicado en lo que fue la «bombonera» de nuestro teatro. Allá por los años veinte. Un día, el inmueble perdió su dedicación como sala de espectáculos. Habían surgido en Paterna otros locales con mayor aforo y quizás con empresarios de más clara visión comercial y la «Bombonera» hubo de cerrar sus puertas.
Estas se han abierto de cuando en cuando para albergar actividades transitorias muy ajenas a las que le fueron propias, y en alguna ocasión se han dado allí conferencias culturales, proyecciones de cine-fórum, veladas de teatro ensayo y alguna exposición de arte.
El origen de este local es harto emocionante y hasta, en cierto modo, heroico. imaginaos a un grupo de doce aficionados constituidos exclusivamente en sociedad de eso que ahora se llama «promotores». Pues bien, aquellos hombres acometieron la quijotesca empresa de construir a sus expensas un teatro digno de Ia Paterna de entonces.




Por las tardes, tras la jornada laboral y durante los domingos, dedicábanse a preparar el solar, desmontando a pico el terreno espaldero del Calvario, vertiente meridional de la loma en que se asentó el castillo. Ellos acarreaban los escombros, allanaban el suelo y ayudaban a los albañiles. En fin, se ocupaban en todo. Si es «que la fe mueve las montañas, aquel puñado de hombres justificaron el refrán.
Hacia el año 1924 se inauguró el local, bautizándole como «Teatro de la Unión». Una denominación elocuente.
Pero tal denominación resultó simplemente teórica. Al punto. Todo el pueblo se dio a llamarle «Teatre del Batá», aludiendo al nombre de la calle en que se ubicaba y que hoy se llama de Ernesto Ferrando.
Desde su inauguración concluyéronse las representaciones en el viejo e inadecuado Café-Teatro del señor Benlloch, anteriormente localizado en la calle del Maestro Soler. El buen pueblo paternense ya pudo gozar, cómodamente instalado, con los diálogos chispeantes de Arniches, los párrafos sentenciosos de Benavente, los temas jurídicos de Linares Rivas, Ia ternura casi femenina de Martínez Sierra o la gracia fina de los Quintero...
Las mejores compañías de la ciudad desfilaron por el escenario del «Bata» representando obras de estos autores. Con ellas se renovó un tanto la atmósfera teatral de la villa, bastante viciada con la reiteración de los dramones románticos que se vinieron representado hasta entonces. De esto encargáronse las compañías de Carmen Nieto, Carlota Pla, Miguel Ibáñez, Julio del Cerro, Pepe Angeles, Encarna Cubells y tantas otras.


Pronto, sin embargo, sobrevino lo que algunos escépticos habían pronosticado: la«Bombonera» no sería rentable... Los socios fundadores, efectivamente, no pudieron sostener los gastos que el local ocasionaba y decidieron venderlo. El comprador fue don Alejandro Llorca -veraneante a la sazón-, quien lo cedió en arriendo al señor Benlloch. Más tarde, don Pablo Vives adquirió el local; y en manos de este último propietario el «Batá» dejó de existir.
El señor Benlloch -un experto del espectáculo- enfiló con la «Bombonera» una carrera hacia el éxito comercial.
El cine por episodios fue generalmente su principal valedor, dando las funciones teatrales los domingos por la noche. La afición del público casi nunca defraudó a empresario y actores. Bien es verdad que la «tía Paqueta», esposa del señor Benlloch, encargábase de asegurar el éxito económico de la velada propagando, sin conocerla ni remotamente, las excelencias de la obra anunciada. Era una auténtica «relaciones públicas»... AI tiempo que realizaba su compra diaria en el mercado, iba repartiendo entre las muieres los programas de mano y recomendando con énfasis:
-Xiquetes: el diumenge no se la pergau.
 ¡Es «papa»bona!
-Pero ¿farán pessa, tía Paqueta?
-¡Clar que sí, dona! No faltaría mes...
Alternando con las compañías profesionales, los cuadros de aficionados locales prodigaban también sus actuaciones. Estos meritísimos actores -obreros industriales. Empleados y hasta campesinos- ponían todo su entusiasmo en rivalizar con los conjuntos de Ia capital. Y a fe que lo conseguían. Los más viejos del lugar aún recuerdan a don Germán Montaner, un agricultor inteligente y culto, que admiraba al público por su perfecta dicción y  la sobriedad de su gesto. Y a Raimundo García, el galán actor fogoso y grandilocuente. Y a José Molina. el característico a la vez dramático y jocoso. Y a Llavata, Badenes, Cañizares, Mir... La primera actriz era traída siempre de  Valencia. Como característica figuró Dolores Fabado. Esta actriz es la única superviviente de aquella época de oro del teatro en Paterna.
En la «Bombonera» comenzó sus grandes éxitos quien más ha hecho por la escena en este pueblo: Germán Montaner, hijo. Este actor -premio de declamación del Conservatorio-, siendo muy joven, logró reunir bajo su dirección a los componentes del cuadro que dirigió su padre.
Con el se reveló una primera dama joven que llegó a ser excelente profesional en las compañías de Pepe Alba y de José lsbert: Palmira Fabra. Otro notable galán incorporado al cuadro de Montaner fue Manuel Peris, y otra actriz, Amparo Esteve.
Aficionados y profesionales sentianse a gusto sobre el  escenario del «Batan». Este transmitía una acústica perfecta. En principio se montó -y así continuaría siempre con dos únicos decorados: «la casa rica» y «la casa pobre». Cuando determinadas obras lo exigían. traíanse decorados de la capital. Aquellos dos únicos decorados fueron pintados por un escenógrafo aficionado: el brigada de Artillería señor Soler.
Pero lo que daba un mayor encanto a la sala, ya por si misma encantadora, era el bellísimo telón de boca.
Representaba una luminosa panorámica del pueblo tomada desde la huerta. En ella destacaban los tres «símbolos» arquitectónicos que Paterna ostenta desde siempre: el palacio. el campanario y, en lo más alto. Desmochada y corroída por los siglos, la torre. Diríase que estos símbolos habían sido tratados por el artista con amoroso mimo y depositados luego sobre el amplio regazo del caserío blanco.
Antes de la representación y durante los entreactos, el público recreábase contemplando desde las butacas la fidedigna vista de la villa. Se reconocían la casa de Fulano, el chalet de don Mengano o. a falta de más detalles. el «teulat» de Zutano. Y así, podía uno reconstruir con la imaginación casi todo el casco urbano y hasta la vida local misma discurriendo en él...


EL CAMPAMENTO Y SUS VERANEANTES


Comenzando por la derecha, en la panorámica aparecía el límite oriental de la población delineado por la llamada«paret Ilarga». Esta era una larguísima tapia de mampostería que cercaba un huerto grandísimo. A su arrimo iniciábase el camino de Campanar. Frente a la misma, un terreno cubierto de algarrobos ponía durante la noche tenebrosidades y temores. Bien sabían las doncellas que no era aquél un lugar apropiado para pasearlo tras la puesta del sol. No obstante, un guasón rebautizó la tapia con un sobrenombre cínico: «El muro de los suspiros...».
El sabría por qué. El muro, el algarrobal y el huerto desaparecieron hace mucho tiempo. y con ellos, la oscuridad y el temor de las mozas. Toda aquella zona es hoy una extensa barriada habitada por empleados y obreros, en la que se destaca el colegio de La Salle.
A partir del mencionado huerto empezaba la colonia veraniega. Eran las viviendas de recreo levantadas por gentes acomodadas de la ciudad desde el final del pasado siglo. Aún no existían, claro es, los Torremolinos, los Marbella ni los Benidorm. No se conocía, por supuesto, la moda de los apartamentos, ni las costas mediterráneas se denominaban con esos calificativos tan pomposos y poéticos con que hoy se las distingue. Ni existía tampoco la facilidad de los transportes actuales... Entonces se veraneaba llana y campechanamente en Rocafort y en Masarrochos, en Burjasot y en Godella, en Torrente y en Paterna. Y los medios de comunicación eran la tartana y el «trenet».






La de aquí fue una colonia bienquista de la población. Sus componentes amaron a Paterna, asimilando sus costumbres y sus fiestas. Se les veía viajando en el tren mezclados con los trabajadores y conversando, a veces, con ellos. Ofrecían a éstos la misma familiaridad que recibían. Durante la estación veraniega llenaban de animación Ia zona residencial del Campamento. Organizaban verbenas, tómbolas benéficas, bailes... Más de un chalet tenía su piano, porque más de una hija de familia o la madre sabían tocarlo. Los vecinos que en las noches calurosas paseaban por las inmediaciones, deteníanse gozosos a escuchar fragmentos de zarzuela o de ópera que las chicas interpretaban al piano y alguna voz varonil cantaba. Cuando no, eran las declamaciones de una obra teatral en ensayo. Porque en todos los fines de temporada aquella   juventud ciudadana daba en “el Batan” su función de despedida. El recinto de la «Bombonera» guarda los éxitos de estos actores improvisados, entre cuyas interpretaciones cabe destacar «La Señorita Primavera» y «Militares y Paisanos».
En las mañanas domingueras los veraneantes, confundidos con las gentes del barrio, asistían a la misa de campaña que se oficiaba en Ia explanada de los pabellones militares. Los hombres llegaban con el traje blanco y sombrero de paja; las señoras, con vestidos ligeros, ‘protegiéndose del sol con la clásica sombrilla. Los jóvenes iban en grupos hablando de sus cosas, mientras las sirvientas caminaban a la zaga portando el catrecillo para el acomodo de las señoras...
La capilla alzábase en una rotonda de obra al comienzo de la explanada. Era de madera y de traza circular, presentando una ligera semejanza con un quisco japonés. Concluida la misa, la gente se agrupaba entonces para escuchar el breve concierto que la banda militar ofrecía. Al fin, todos iniciaban el regreso a sus casas. Lentamente, en amigable paseo. Y eran frecuentes los coloquios entre los veraneantes y los vecinos del barrio.
Pero el barrio se quedaba triste y un tanto desamparado cuando al finalizar septiembre se marchaban los veraneantes. Aparte de los ingresos que aquéllos dejaban en tiendas y bares durante su permanencia, era también algo así como una segunda naturaleza que se desgajara de la vida del vecindario y que éste acusaba, quedando sumido en la rutina de su exiguo quehacer diario hasta la próxima primavera, en que los veraneantes tornaban por los días de Pascua. EI invierno entonces asemejaba más invierno. El paseo de la Reina Regente y las calles adyacentes cubríanse de tinieblas, de silencios y de miedos infantiles durante las noches. Languidecían los árboles, se desnudaban sus copas y el viento, vehículo funerario de las hojas muertas- silbaba feroz entre los ramajes arrancando ecos plañideros a las mansiones cerradas y oscuras como misterios...


LA TRANSMUTACIÓN


Transcurrieron los años. Arribaron conmociones político-sociales que concluyeron en guerra. Con todo ello desaparecieron los veraneantes. Quizás sus nietos sean hoy ocupantes también de esos apartamentos de los Torremolinos, los Benidorm y los Marbella.
La bellísima zona verde que fue orgullo y ornato de la villa dejó de existir. En ella se alzan altas construcciones sin estilo artístico, sin huertos, sin jardines; pero son alojamiento: de familias trabajadoras, muchas de las cuales llegaron de otras tierras en busca de trabajo y bienestar.
Ya todo ha cambiado, sí: la fisonomía urbana, el ambiente; las gentes, las costumbres, los gustos. Al antiguo paseo de la Reina Regente lo están transformando en calle. Pero ya no tiene tinieblas durante las noches invernales: una iluminación perfecta lo hace transitable ahora.
Ni se escuchan en él durante las veladas veraniegas aquellas romanzas zarzueleras, antañonas y románticas. Oyense, por las tardes, los alegres parloteos de los colegiales la algazara de sus juegos. Y óyense también los mesurados coloquios de grupos de ancianos que se cuentan su vida, con sus trabajos, sus penas y sus alegrías.
Paterna se nos ha hecho diversa y su población más densa. Esta ha crecido con el arribo de los inmigrantes, a quienes la villa acogió con beneplácito. No hay que lamentar el hecho. La inmigración es un fenómeno a escala nacional e internacional. Todas las grandes urbes del globo la admitieron y la admiten. Es asimismo un fenómeno histórico. Hay que añadir que algunas de las grandes empresas fueron iniciadas por gentes de fuera. Sin mirar más lejos, cierto porcentaje del comercio valenciano fue creado por inmigrantes. Pero ¿quién se para ya en esto? ¿Quien podrá escatimar esta verdad histórica? Hoy sabemos que el comercio valenciano, todo él, es valenciano. Como el trabajo de Paterna que realizamos todos, es paternero.
La historia del mundo, como su progreso, es obra de los hombres. De todos los hombres, no de unos pocos.
El desarrollo que Ia villa está experimentando no escapa a este imperativo; y así, es obra también del esfuerzo general. Hay que perseverar en este esfuerzo. Pero sin malicias, sin recelos, sin exclusivismos, sin egoísmos personales... ¡y sin etiquetas ideológicas! Porque lo que en verdad está necesitando este pueblo es un ideal único y unánime: el de su grandeza y su bienestar. Pero el logro de este fin loable no se alcanzará sino con una gran fuerza de voluntad ciudadana, aparte del honesto amor al pueblo.
Cuéntese que había en la India antigua un joven que anhelaba saber, pero ignoraba como conseguir la sabiduría. Un día, el joven tuvo ocasión de escuchar a un sabio instructor que predicaba las enseñanzas de los Vedas y, admirado de su elocuencia, se le acercó para preguntarle:
-Maestro: ¿qué podría yo hacer para llegar a ser sabio como tú?
El maestro le miró fijamente y respondió:
-Sígueme.
En silencio llegaron ambos hasta la orilla del Ganges.
El sabio invitó al joven a sumergirse con él en las aguas del rió bajo del agua hasta hacerle sentir los primeros síntomas de la asfixia y, liberándole luego, dijo:
-Cuando estuviste a punto de ahogarte, ¿qué cosa deseaste más?
A lo que respondió el joven, respirando entrecortadamente:
-¡Aire! Respirar, salvarme...
-Bien. Pues sólo cuando anheles poseer la sabiduría con la misma voluntad con que deseaste salvarte, entonces... estarás en camino de conseguirla.
Este epilogo podrá parecer exagerado. Sin embargo, lo creo altamente ilustrativo. Una gran voluntad de comprensión es menester para lograr el vínculo fraternal que trueque el ánimo individual en colectivo. Y estrechamente unidos los autóctonos con los que aquí llegaron, comenzar la labor común en pro de la grandeza y del bienestar del pueblo. Aquellos, acogiendo a éstos con cariño; éstos, integrándose con entusiasmo. Finalmente, dejando aparte mucho de nuestro «yo» egoísta, decir como el ilustre clásico en momentos de íntima renuncia:
«Un nuevo corazón, un hombre nuevo, ha menester, Señor, el alma mía».

Y donde dice «el alma mía», debe entenderse, también, el alma de Paterna.

Julio Nuñez Navarro, 1979.


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