RECUERDOS DE LOS CUARTELES.
EN ESTE INTERESANTE ESCRITO DEL LIBRO DE FIESTAS DEL AÑO 1993, DE JULIO NUÑEZ NAVARRO, DONDE A FORMA DE ANECDOTARIO, NOS CUENTA LA RELACIÓN ENTRE LOS MILITARES Y EL PUEBLO, EN SUS PRINCIPIOS DE ASENTAMIENTO EN PATERNA.
HISTORIA E
HISTORIETAS DE PATERNA
EL EJERCITO DE
PATERNA – BREVE ANECDOTARIO.
El
17 de septiembre de 1920 cesaba en el mando del ó° Regimiento su coronel don
José Aymerich, por ascenso a general de Brigada. Junto con el ascenso le llegó
la concesión de la Gran Cruz del Mérito Militar. Para sucederle se nombró al
coronel don Vicente Rodríguez Carril, quien se hizo cargo del Regimiento el 1.°
de Abril de 1921.
La
estancia de este jefe militar en Paterna significó un caso admirable de
convivencia, colaboración y amistad entre el ó.° Regimiento y el Municipio.
Ya
hemos dejado entrever en el contexto del presente estudio que tales acercamientos
de afecto mutuo veníanse produciendo desde los primeros tiempos de la estancia
del ejército en la Villa. La falta de espacio, repito, me impide aportar datos
fehacientes delo que digo. Y destaco la creación del Campamento, porque, junto
con la «traida» del agua del manantial y la inauguración del ferrocarril,
fueron los tres impulsos que pusieron a Paterna en pié hacia su envidiable
desarrollo. Lo demás lo hicieron sus vecinos.
Dicha
colaboración comprendía también el arma de Infantería. Esta destacaba siempre
un piquete de soldados para escolta de las procesiones, y sus bandas de música,
excelentes, actuaban en ocasiones, en algún acto de las fiestas locales. En las
mañanas de domingo, tras la misa de campaña, daban breves conciertos de música
zarzuelera, interpretados en la misma explanada de los pabellones. Un músico
del Regimiento de Otumba, don Domingo Meri, que en aquel tiempo dirigía la
banda local, y un antiguo veraneante, don Vicente Mallent, notable poeta
lírico, pusiéronse un día de acuerdo y en amigable colaboración crearon el
hermoso Himno a Paterna. Una calle de la Villa, rotulada con ambos apellidos, perpetúa
hoy la memoria del músico y del poeta.
En
aquellos años veinte el Campamento militar no estaba cerrado. Por ello, en los
días festivos y en los libres de prácticas castrenses, diriase que el
Campamento era como un dilatado campo abierto al recreo de los paseantes y a
las correrías de la muchachada. Esta jugaba alegremente a «guerras entre
españoles y moros», aprovechando las trincheras para los simulacros de campaña
abiertas en la centuria anterior; mientras las madres, cobijadas del sol a la
sombra de la «pinaeta», hacían labores y charlaban de sus cosas...
El
cuartel de Artillería y el de Infantería abríanse al paisaje paternero en las
fiestas patronales de Santa Bárbara y de la Purísima, respectivamente. El campo
de fútbol del Paterna (el «Cudolet») en el Campamento se ubicaba. Y militares
eran también, por supuesto, los terrenos de «La Batería» y de los polvorines;
donde un enorme gentío, local y forastero, celebraba todos los años, con sus
cantos y sus bailes, las fiestas pascuales.
Y todo esto, y más, ocurría... ¡pues porque
si...l Porque entonces Paterna vivía un clima social apacible y confiado y
porque a su gente le apetecía en ocasiones disfrutar de aquella zona. Y ello
sin que el comandante del Campamento, don José Ortega de Armas-¡mocetón simpático
y bonachón...!- pusiera prohibición alguna a tales expansiones. Era, como si
dijéramos, el uso consuetudinario de una vieja relación amistosa mutuamente asumida
entre el elemento civil y el castrense. Militares hubo que llevaron esta
relación hasta matrimoniar con muchachas paterneras.
Los
hijos de los militares asistían a las Escuelas nacionales de la Villa,
compartiendo clases y juegos con los chicos del pueblo. Y en estas mismas
escuelas, aquellos hijos comenzaron a formarse para su futuro; un futuro que
casi siempre era el castrense.
Tal
estado de hechos, simpáticos y beneficiosos, se acrecentó notablemente con la llegada
del coronel Rodríguez Carril. Su relación con el alcalde D. Francisco Salvador
Calatrava fue desde el primer momento de lo más cordial, colaborando ambas
personalidades en los asuntos de interés común siempre con el mejor criterio y
la mejor solución para las partes.
Dicha
colaboración se reveló más estrecha y decidida durante las jornadas posteriores
al trágico episodio bélico de Annual. En aquella circunstancia se manifestó
asimismo la adhesión del pueblo paternero al Ejército, de manera vivaz y plena.
A las tropas de Paterna se las llevaban «al moro»... Y este pueblo acudió en
masa a despedirlas. Declinaba la tarde estival, cálida y bella. En el Paseo de
la Reina Regente se agolpaba el vecindario, inquieto y anhelante. Del cuartel
salió la Infantería, desfilando hacia el apeadero con paso marcial, llevado a
los acordes de una marcha militar. El público aplaudió y vitoreó a los soldados.
El semblante de los hombres aparecía serio, tirante. Las mujeres lloraban:
«Pobrets...,
pobrets...!».
Del
cuerpo de Infantería marcharon, en sucesivos días, batallones de Guadalajara, Mallorca
y Otumba. Del 6.° ligero de Artillería salió, por carretera hacia el puerto, un
grupo con sus tres baterías, al mando del teniente coronel Salgado. Y si
emotiva resultó la despedida a las tropas, por la triste, clamoroso hasta el
delirio fue el recibimiento que se les dispensó, meses después, a su retorno.
Fue
por aquel entonces cuando el hijo primogénito del Conde de Montornés se
pre-sentó al Capitán General ofreciendo, en nombre de su padre que se hallaba
ausente, su Casa-Palacio de Paterna, para instalar allí un hospital con destino
a los enfermos y heridos de la guerra de África, y a cuya instalación aportó el
Ayuntamiento una valiosa ayuda.
En
fin, ¡tantas cosas podríamos relatar de aquella convivencia...! Pero es fuerza terminar,
y termino. Correspondiendo con mi mayor agrado a la cariñosa solicitud que me formularon
los clavarios.
Julio Núñez
Navarro
Agosto de 1993
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